La luz de la fe proviene de Dios, no de nuestro entendimiento. Mucho menos de nuestras impresiones o nuestra imaginación. Sin esta luz auténtica que viene de Dios, y que tiene una palabra fundante y creadora, pero que también llama, conduce y lleva a plenitud, sin esta presencia de Dios incluso en nuestro entendimiento, nada tiene un sentido total.