Gregory Aguado: del abismo de la droga a la alegría de Dios

Gregory Aguado ha dado su testimonio de conversión en el programa Cambio de Agujas de la Fundación EUK Mamie – HM Televisión.


Resumiendo:

La Fundación EUK Mamie – HM Televisión acaba de publicar un nuevo e importante testimonio de la serie “Cambio de Agujas”. Se trata esta vez de Gregory Aguado, un joven español, que quedó huérfano a la edad de nueve años. Las profundas heridas de su infancia, la dolorosa experiencia de no sentirse amado por nadie, le condujeron al abismo de la droga y el sin sentido. La Comunidad Cenáculo y su familia adoptiva fueron los instrumentos de sanación interior y conversion a través de los cuales, el Señor pudo rescatar a Gregory y descubrirle cuánto era amado.


Gregory Aguado no tuvo una infancia fácil. Para expresarlo con sus propias palabras: “Enseguida, al poco de nacer, he sido herido y abandonado. Digámoslo así: yo nazco en Madrid sin tener ya papá y con una mamá muy enferma”. Era ya una situación dolorosa, que le desbordaba y que no sabía asimilar. Cuando Gregory tenía nueve años, su madre muere y queda absolutamente solo. El dolor fue tan grande que no era capaz ni de expresarlo, no ya con palabras, ni siquiera con lágrimas. Con todo, tampoco tenía a nadie a quién poder contarle lo que tenía en su interior: “Yo sufría mucho. Por ejemplo, cuando iba a la escuela. Salía de la escuela, y todos mis amigos tenían a su mamás fuera esperándoles para darles la merienda. Y yo salía y no tenía a nadie. Y todas estas cosas han hecho que, en mi interior, me encontrara a disgusto, incómodo... Tantas heridas que no he conseguido ni si quiera compartirlas con nadie porque en aquel tiempo no tenía a nadie”.


Tras la muerte de su madre es acogido en una primera familia, en el mismo Madrid. “Fue difícil aceptarlo, porque ahí tampoco me sentía muy amado. Todas las noches, cuando yo me iba a la cama, lloraba. Lloraba aunque tenía de todo. Tenía lo que todo niño puede querer. No sé, juguetes, viajes, escuela... Todo. Pero me encontraba solo”.

Gregory 4
Cuando tenía trece años, esta familia de acogida atravesó una serie de dificultades y tuvo que renunciar a la acogida de Gregory. Poco tiempo después, Gregory era acogido en una nueva familia, esta vez en Valencia. Le sorprendió que esta nueva familia era profundamente religiosa. En casa se hablaba del Señor y de la Virgen con naturalidad, se iba a Misa y se rezaba el Rosario. Con todo, Gregory estaba contento: “Fui creciendo y, con dieciseis años, me propusieron adoptarme. Y yo dije que sí, porque era la primera vez que yo me sentía amado, querido, y me sentía en familia”. Había cosas que le costaba aceptar. Había pasado de llevar una vida sin reglas a llevar una vida con reglas y con una cierta disciplina que a veces le costaba aceptar. Incluso el amor era difícil de aceptar: “Incluso el amor. Incluso aceptar un abrazo de mamá, un abrazo de papá. Tantas cosas así… Fue muy difícil dentro de mí, porque todo me llevaba a tener que abrir lo que llevaba dentro. Y eso me ha dado siempre mucho, mucho miedo. Porque pensaba que lo que llevaba dentro no era bonito”.


Gregory no aceptaba esta negativa imagen que tenía de sí mismo, y cómo no, tampoco era capaz de contárselo a nadie para que le ayudaran a comprender que esa no era una imagen real. Trató durante años de disimularla detrás de un Gregory que realmente no era él: “A los dieciséis años empecé a tener problemas de identidad. Porque mi mayor identidad se basaba en la mentira y entonces, ¿yo qué hacía? Todo lo que yo pensaba que era malo de mí lo tapaba con la mentira. Yo he sido un tóxicodependiente. He sido un cocainómano durante mucho tiempo. Pero yo pienso que mi mayor droga ha sido la mentira. El tapar todo lo que era, tapar todo lo que yo vivía, todo lo que sentía, intentar no escuchar la voz de la conciencia, y tantas cosas así, que Dios ya me estaba metiendo dentro. Ante tanto amor y tanta generosidad (de mi familia adoptiva), lo que hice fue mirar hacia otro lado y decir: No, yo no acepto a ese Gregory. Yo soy otro Gregory. Y empecé con la mentira a construir un Gregory diferente”.


Comenzó a llevar una doble vida. En casa era como se esperaba que él fuera. Pero fuera de casa no se comportaba igual. Esta situación generó en Gregory más soledad y más tristeza, y empezó a dar pasos cada vez más peligrosos: “Con dieciséis años empecé a tomar las drogas, la marihuana, los porros… Yo pienso que lo malo fue que a mí me gustó, sobre todo me gustó como me sentía frente a los otros. Entonces, siempre pasaba a transgredir más. Primero pastillas... y luego… hasta que encontré lo que es la cocaína, el crack, la heroína, tantas cosas que he tomado... Empiezo a tener situaciones malas. Empiezo a caer en todo tipo de cosas. Como ya no me interesaba nada siempre quería algo más. Y la mentira siempre era más grande. Con mis papás estaba bien, pero en el momento en que salía, estaba mal, estaba mal”.


“La peor mentira en la que he caído es esta: creer que podía controlarlo todo. Ser así... incluso iba a Misa, incluso si había que hacer algo… no había ningún problema, si tenía que rezar se rezaba. Pero luego era demasiado fuerte la vida que en aquel tiempo me gustaba, las tinieblas ¿no?”


Sus padres se dieron cuenta de que las cosas no estaban funcionando bien. Empezó a faltar dinero, se dieron cuenta de algunos Gregory 2 2engaños... “Las cosas iban bastante mal hasta que mis padres tomaron una buena decisión. Me dijeron: «Bueno, si quieres hacer tu vida vete de casa». Yo con mi orgullo, con mi prepotencia me fui. Y lo primero que sufrí fue la calle. Tuve que vivir cuatro meses en la calle. Trabajando. Lo que cobraba me lo gastaba todo: en mi fiesta, en mis drogas, en estas cosas. Y ahí, empecé a encontrar la soledad, ya la gente no me miraba igual, no. Pero bueno, poco a poco ahí, intenté construir mi vida, pero  yo trabajaba para salir. Y esa era mi vida. Y si yo salía, yo me tenía que drogar, porque si no me drogaba no era un día tranquilo. Y poco a poco empecé los sábados, domingos, luego empecé a añadir viernes, jueves, miércoles… Al final me drogaba todos los días. Hasta que me di cuenta que yo pensaba que lo tenía todo controlado y que no era como los yonkis o como el que está en la calle, que tiene que pincharse, que está pasando el mono… Todo eso hasta llegar a consumir ocho gramos de cocaína al día. Tenía que robar, tenía que traficar, tenía que hacer de todo… Y lo que más me impresionó un día,  es que yo ya no quería salir… Yo me iba a mi apartamento, tenía mis cosas y ya estaba. Y eso era mi madre, eso era mi comida, eso era mi dios… Todo eso, la cocaína era todo eso”.


Después de dos años en esta situación, cuando ya tenía veintiún años, Gregory pasa por una fase que le llega a asustar mucho: “Me empecé a asustar pero que mucho. Porque lo que el mundo te da: sexo, alcohol, drogas… A mi ya no me importaba, solo me importaba llegar a casa y tener mi cocaína y ya está. Me empezó a dar miedo porque no me importaban las chicas, me empezó a dar miedo porque no me importaba el sexo, porque dejó de importarme todo... Yo me iba a la cama, y cuando me apoyaba decía: ¡qué mierda de vida tengo! Y me venía todo esto a la cabeza y me tenía que levantar. Me levantaba y me iba al sofá, y ahí me drogaba más para evitar las voces”.


Con veintidós años Gregory se plantea seriamente el suicidio. Debía tres meses de alquiler del apartamento en que vivía, se había roto una rodilla, estaba mal, tremendamente mal… Gregory lanzó al Señor una oración desesperada: “Dije: mira si estás ahí Dios, dame una respuesta clara, porque ya no puedo más”. La respuesta vino de la mano de esa mujer que era su madre adoptiva: “Esa noche que me quería suicidar dije: llamo a mi madre y hablo con ella. Me acuerdo que mi mamá me dijo: «Ven a casa y vamos a hablar». Y cuando llegué pues vi a mis padres un poquito preocupados y me dijeron: «Bueno, ¿qué pasa?» Y yo dije: «Pues, pues mira, debo dinero, no he pagado, estoy así, estoy mal, con esto de la crisis no me pagan…”


Esa noche su madre le hizo una propuesta: “Mira, puedes volver a casa si quieres, y te propongo una cosa, ingresar en la Comunidad El Cenáculo. Pero a lo mejor no es para ti, porque es para drogradictos”. Gregory no se atrevió a confesar a su madre la verdad y le respondió: “No, eso no es para mí”. Pero aceptó el ofrecimiento de regresar a casa de sus padres. En ese tiempo tuvo oportunidad de hablar con el P. Kevin Deakin, Siervo del Hogar de la Madre. El P. Kevin contó a Gregory su propia experiencia de paso por El Cenáculo: “Me explicó su vida, que había estado también en las tinieblas, en la droga y cómo todo cambió.  Empezó a explicarme cómo se sentía, cómo encontró al Señor. Yo no había escuchado a nadie que sintiera lo mismo que yo. Y me sentí muy, muy igual”.


Para ver el Cambio de Agujas del P. Kevin Deakin:


Gregory seguí teniendo pánico a que su familia descubriera su drogodependencia. Pero accedió a hacer una experiencia en la comunidad, una vez más sin descubrir la verdad, una vez más amparado bajo la mentira.


La primera entrevista con el chico que iba a ser su “ángel custodio” en esos primeros meses en la comunidad fue dura: “Me dice aquí: no hay música, no hay mujeres, no hay dinero, vas a rezar, vas a trabajar, vas a hacer amistad, no puedes ponerte las manos en los bolsillos, comerás cuando nosotros te digamos… Y yo dije: No, esto no es una cura, esto es la cárcel. Pero él me dijo: Pero aquí vas a conseguir amar tu vida. Si quieres hacer un buen regalo a tu vida, a lo mejor tendrías que entrar”.


Gregory decidió entrar, si bien continuó negando sus problemas con la droga. Pero “siempre me tocaba este chico, de 22 años, igual que yo… Él reconocía que era débil y que había caído en la droga, y que si no fuera porque estaba ahí, se hubiera seguido drogando y se hubiera hecho mucho mal. (…) Y lo que más me tocaba era que él sí era capaz de decir la verdad de modo abierto”.


Gracias a Dios, Gregory perseveró en la comunidad. Allí descubrió la amistad verdadera. Allí encontró al Señor. Allí comprendió que debía amar su vida: “Abrazarme a mí mismo, abrazar mis pobrezas, y darme cuenta de que es normal ser débil, y que es más bonito ser como soy. Me he dado cuenta que esa ha sido mi mayor droga, que siempre he querido tapar eso. Y hoy sonrío a la vida porque amo mi vida así como es”.


Gregory 1A los dos años de estar en el Cenaculo, Gregory regresó a casa por una semana. Salió una noche con algunos amigos y terminó con una tremenda borrachera. Había salido de su casa un jueves a las seis de la tarde, y regresó el viernes a las 10:30 de la mañana. “Me vi otra vez igual. En comunidad de una manera, fuera de otra. Y me hizo mucho daño. Me acuerdo que yo llegué, y mi madre me dijo: Oye, ¿qué pasa? Dime la verdad”. Finalmente, Gregory fue capaz de romper ese muro de mentiras que se alzaba a su alrededor: “Le dije: Hay una cosa que te tengo que decir y que a nadie se lo he dicho, yo soy un toxicómano. Y le empecé a decir todo: ¿Te acuerdas cuando yo me escapaba? ¿Te acuerdas por qué yo gastaba tanto dinero?” Gregory se encontró con una reacción inesperada: “Lo que yo pensaba que iba a ser una piedra de escándalo, que ya solamente me hacía falta que me lapidaran mis padres… fue todo lo contrario, fue un abrazo y fue misericordia. Y yo me acuerdo siempre las palabras de mi madre que me dijo: Gracias porque hoy puedo entender. Hoy te conozco más. Y sí han valido la pena estos dos años para que tú aunque salieras y recayeras… lo reconocieras. Vuelve, vuelve allí”.


No fue fácil para Gregory volver al Cenáculo y reconocer, ante los sacerdotes y ante toda la comunidad que había mentido. También en esta ocasión, Gregory se sorprendió ante la reacción de la comunidad: “Nadie me ha juzgado en comunidad. Todos me han abrazado y me han dicho: «Menos mal, menos mal que has abrazado tu vida». Eso son cosas que me han tocado mucho en comunidad”.


Desde su experiencia personal de sanación y de descurbrirse rescatado de la desesperación en que vivía, Gregory puede hablar así:Gregory 3 “Si uno no siente felicidad en su corazón es por algo, ¿no? Y yo lo encontré en comunidad, pero en comunidad me ha ayudado a encontrar a Jesús, a Dios. El que esté en la situación de la tristeza que se pregunte por qué y si realmente le gusta. A mí no me gustaba estar triste. Yo pienso que en Jesús está todo, hay gente de fuera que dicen que en la comunidad nos hacen la cristoterapia. No es verdad. Cristo no es una terapia. Cristo es hombre y existe, no es una ideología, no es filosofía. Cristo es alguien, Jesús es alguien que cura, que si tú le hablas te responde. Y yo, cuando estaba tan desesperado que me quería quitar la vida, me respondió. Cuando estaba en lo más profundo de mi pecado, en la escoria misma, Cristo me escuchó, Jesús me escuchó y me dio una respuesta clara. A lo mejor yo no la veía, pero me dio una respuesta clara. 


Entonces, el que esté en la tristeza, que se pregunte y que grite al Señor, porque tiene todas la razón para gritar. Si se siente desesperado, que lo haga, porque yo estoy seguro de que Cristo responde, estoy convencido de que Cristo responde y te da la oportunidad. No digo que sea en la Comunidad Cenáculo, pero Cristo te da las herramientas y no te va dejar perder”.

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