Carácter y temperamento
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Muchas veces nos preguntamos si somos o no responsables de nuestra forma de ser. Más en concreto nos hacemos -o nos hacen- la pregunta de por qué me pongo nervioso al hablar en público, por qué soy tan tímido, por qué fui tan pesado con ese hermano o con ese amigo aunque les quiero, porqué ayer estaba tan contento y hoy en cambio me siento triste, porqué no logro dejar el tabaco…
Saber por qué somos como somos, o cual es nuestra responsabilidad en la forma de ser, es algo fascinante que interesa a la humanidad desde hace siglos.
Primero, lo más antiguo quizás, es unir la forma de ser a los elementos del cosmos: la tierra, el agua, el fuego y el aire. Luego Teofrastro -discípulo de Aristóteles, en la escuela de Atenas- es muy interesante, porque se extrañaba él de por qué los griegos habiendo nacido todos bajo el mismo cielo, y recibiendo una educación muy similar todos, como era entonces, eran tan distintos entre ellos. Y escribió una pequeña obra titulada: “Caracteres”, en que describe algo ya nuevo: muchas formas de ser con un rasgo dominante. Rasgos que va explicando según la forma de ser de la época, según las actividades. Describe al avaro, el pesimista, el soberbio… y los va explicando a cada uno.
Del pesimista, por ejemplo, dice que se queja continuamente. Si un amigo le manda algo de comida dice que lo ha hecho para no invitarle a comer. Se enfada con Zeus porque llueve poco, o mucho, o demasiado tarde. Si encuentra ago de dinero en la calle, se lamenta de no haber encontrado nunca un tesoro. Al que le felicita porque ha tenido un hijo le dice: “Sí, pero he perdido la mitad del patrimonio”.
Teofrastro murió con 85 años, lamentándose de tener que dejar la vida cuando comenzaba a entender algunas cosas.
Hoy se sabe mucho más sobre nuestra forma de ser, pero la polémica continua y toma la forma de lo que a veces se llama el Natur Nurture. Sería, lo que la naturaleza nos da, lo que tenemos por nacimiento, lo heredado: el Natur. Y el Nurture, que sería lo que nos viene dado a lo largo del tiempo, con la educación, con el ambiente en general… Lo que habitualmente se llama: el temperamento y el carácter.
Temperamento viene del latín temperamentum: los humores. La mezcla de los humores o fluidos líquidos que los griegos pensaban que eran responsables de nuestra forma de ser, esos líquidos daban lugar a los sanguíneos, los flemáticos, los coléricos y los melancólicos, dependiendo del líquido que predominara, del humor que predominara.
Carácter en cambio son los modos de ser adquiridos con la educación, en la familia, en el colegio, en el ambiente en el que vivimos, en los sucesos negativos o positivos... El término tiene su origen en las incisiones que hacían los griegos en sus monedas, dejaban en ellas una huella profunda, imborrable. Así es el carácter, va dejando una huella. Pero nosotros no somos un trozo de metal, inerte, como la moneda. Somos capaces de pensar, de sobreponernos a lo que ocurre a nuestro alrededor.
Esta división entre temperamento y carácter puede explicar bastante bien la forma de ser. Sobre un sustrato dado, todo lo que ocurre, incluso antes de nuestro nacimiento, va dejando una huella, una marca que nos acompañará siempre.
No somos responsables de nuestro temperamento, porque lo hemos heredado. Pero sí de nuestro carácter: le damos forma, le modelamos. Y la acción del espíritu humano junto con la acción de la Gracia de Dios, es capaz de modificar nuestro modo de ser. Dentro de la psicología muchos excluyen la responsabilidad en nuestro modo de ser: todo, toda la personalidad sería fruto de condicionamientos internos, rasgos heredado, fuerzas ciegas de los impulsos, traumas o conflictos. O condicionamientos externos, las circunstancias exteriores que nos obligan a ser como somos: la familia en que nacimos, el colegio, las amistades... Así para las corrientes unidas al psicoanálisis Freudiano clásico, el ser humano es siempre determinado y empujado por estas fuerzas ciegas.
El ejemplo que se utiliza es el del caballo y el jinete. El cabalo serían estas fuerzas: todos los impulsos, los estímulos, todo lo que no depende de nosotros que nos va empujando… Y el jinete sería el yo consciente. Pero para el psicoanálisis, el que sabe el camino es el caballo. El caballo es el que lleva, el jinete no hace nada. Para otros psicólogos, todo depende de los materiales y de cómo se moldeen los materiales. El clásico ejemplo del bumerang que puso Jonh Watson, precursor de las corrientes conductistas. Decía él: Si yo lanzo un bumerang este vuelve a mí por sus materiales y por cómo está hecho, nada más. Del mismo, modo el ser humano se comporta de una determinada manera, es de una determinada manera por cómo está hecho. Y decía: “Dadme un hombre y haré de él un ladrón, un científico o lo que sea, independientemente de quién me deis, yo lo transformo”.
El extremo contrario a estas dos posturas sería negar la existencia del caballo, y decir que la forma del bumerang o sus materiales no tiene ninguna importancia, y que yo, y solo yo, soy responsable de mi forma de ser. Los dos extremos ayudan muy poco a la salud, incluso muy poco a la salud espiritual de la persona. Porque si todo depende de los materiales de lo que estoy hecho, o de los impulsos… ¿Para qué esforzarme por ser un buen jinete, por aprender el camino, por llevar las riendas de mi vida… si es el caballo el que manda?
Si, por el contrario, considero que el caballo no tiene ninguna importancia en mi viaje, o que la forma del bumerang da lo mismo, no tomaré precauciones muy necesarias: no pediré ayuda, no cuidaré al caballo, ni me importará la forma del bumerang.
De todas formas se puede decir, y la ciencia psicológica lo avala, que la actitud más saludable, más provechosa, es pensar que la mayor parte de nosotros, de nuestro modo de ser, depende de verdad de mi voluntad, depende de mí. Lo explica muy bien entre otros Julián Rote que pone un ejemplo clásico, una división que él hace entre personas: internalistas y externalistas. Los internalistas son los que piensan que todo lo que ocurre en el mundo depende de ellos. Para los externalistas, en cambio, todo depende del exterior, de los otros, del Estado, del gobierno…, pero nunca de ellos mismos. Y los que tienen mejor salud, eso se ha confirmado en varios estudios, son los internalistas. Los que piensan que son responsables de muchas cosas.
En nuestro viaje hacia la plenitud de nuestra forma de ser, el jinete es más importante que el caballo. Exagerar demasiado la influencia de los genes, de los impulsos inconscientes, de lo que nos ha ocurrido… lleva a una actitud pasiva y pesimista. Si nada depende de mí, para qué intentar cambiar, para qué aspirar a un mundo mejor.
En la historia de la medicina tenemos personas como la doctora Cicely Saunders, tan importante para los cuidados paliativos, y gracias a la cual existen hoy los hospicios. O científicos constantes que han trabajado con mucha seriedad, por ejemplo Paul Ehrlich, padre de la inmunología, que descubrió por su constancia -más de 600 intentos- un importante mecanismo de su época. Pero también encontramos al doctor Mengeler…
La diferencia no está solo en el temperamento. Lo que hace un científico a favor de la humanidad o lo que hace un criminal, depende de él mismo.